¿Sabes que es el hambre emocional? Así influye en nosotros

Los seres humanos no siempre comemos para sobrevivir. Existen numerosas razones por las que las personas requieren de la ingesta de comida y una de ellas está directamente relacionada con el mundo de las emociones. Se trata de lo que los psicólogos denominan “hambre emocional”, una de las causas de la obesidad y el sobrepeso.

hambre emocional

Si nos preguntamos por qué comemos seguro que la primera razón que nos viene a la cabeza la necesidad de supervivencia. Sin embargo, si nos detenemos y lo pensamos con tranquilidad encontraremos muchos otros motivos.

Uno de estos motivos es la llamada “hambre emocional”, un tipo de trastorno alimenticio por el que de forma errónea se utiliza la comida para gestionar la negatividad y como anestesia para las emociones y los sentimientos.

El hambre emocional es aquella sensación que nos lleva a comer de forma injustificada y sin que exista hambre real. Se trataría de un estado de “confusión interna” por el cual las personas que sufren este trastorno unen la comida a las emociones.

Este hambre emocional puede estar desencadenada, principalmente, por sensaciones de aburrimiento, soledad, estrés, ansiedad tristeza o ira, pero también hay muchas otras emociones que pueden llegar a provocar el “hambre emocional”, como son la depresión, la baja autoestima o el enfado, aunque este trastorno también puede afectar a personas en estados de ánimo normales.

imagen Salud hambre emocional

Un ejemplo de “hambre emocional” en personas estables es la compra de palomitas en el cine sin tener ganas de comer. Son propensas a padecer este tipo de trastorno aquellas personas que han probado a seguir muchas dietas y han fracasado en todas ellas o aquellas personas muy exigentes con su forma de comer. Al mismo tiempo, una mala rutina agudiza este problema.

Consecuencias del “hambre emocional”

El hambre emocional viene derivada de un problema de gestión de las emociones. Puede ser cierto que en determinadas circunstancias comer ayuda a controlar las emociones de forma puntual, aunque debemos ser conscientes de que el problema persistirá si no se aplican soluciones de largo plazo.

En este sentido los expertos señalan que la alimentación puede producir una calma momentánea en la presencia de sentimientos negativos, pero con posterioridad las consecuencias físicas (obesidad, sobrepeso, etc) y psicológicas que produce el “hambre emocional” provocan un círculo vicioso que, incluso, pueden desembocar en otros trastornos alimenticios como la anorexia o la bulimia.

“Hambre emocional” y obesidad

Sentir hambre no es lo mismo que tener hambre. Cuando el sujeto come de forma organizada (cinco veces al día) sabe que entre una y otra ingesta no puede tener hambre, aunque la sienta o sienta el impulso de comer. Por el contrario el “hambre emocional” aparece de manera repentina y asociada a alimentos hipercalóricos concretos, o que provoca problemas de obesidad, mientras que el hambre real aparece progresivamente ysin ningún tipo de antojo.

En este sentido se han realizado numerosos estudios que tratan de buscar una solución a la obesidad mediante el estudio del cerebro y su implicación en la alimentación. Recientemente se ha llevado a cabo uno centrado en lo que se denomina “alimentación hedónica”, que es aquella ingesta de comida guiada por el placer de los alimentos con alto contenido calórico.

El científico Thomas Kash, que se preguntó por qué cuando se nos antoja algo de comer suele ser un alimento rico en calorías, descubrió junto a su equipo una red específica de comunicación neuronal que comienza en la región del cerebro que procesa las emociones y que nos motiva a seguir comiendo a pesar de que las necesidades energéticas básicas ya se encuentren satisfechas.

Esta red de comunicación es un subproducto de la evolución, dado que nuestro cerebro estaba programado en el pasado para ingerir tantas calorías como se pudiese porque se desconocía cuándo se volvería a comer y teniendo en cuenta que las comidas con alto contenido calórico eran escasas.

Para comprobar esta teoría el equipo de Kash eliminó la mitad de las neuronas que forman parte este circuito y consiguieron que los ratones del experimento, a pesar de tener alimentos ricos en calorías, redujeran sus atracones y bajaran de peso.

Este estudio es uno de los primeros en describir cómo el centro emocional del cerebro contribuye a comer por placer. El hallazgo apoya la idea de que todo lo que comen los mamíferos se está clasificando dinámicamente en un espectro de bueno/sabroso o malo/repugnante y esto puede representarse físicamente en subconjuntos de neuronas. El siguiente paso importante es aprovechar estos subconjuntos para obtener nuevas terapias para corregir los problemas de obesidad.

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