Hoy la energía nuclear no cuenta con el beneplácito de muchos sectores de la sociedad, pero en la década de los cincuenta hablar de la fisión de uranio era hablar de prosperidad y de futuro. En ese escenario Ford desarrolló en 1957 su proyecto Nucleon, cuyo objetivo era encontrar una alternativa energética a los combustibles fósiles. La solución para propulsar el Ford Nucleon era la energía atómica.

Hoy los gurús de la movilidad eléctrica no van más allá de la tecnología de pila de combustible (hidrógeno), pero hubo un tiempo en que alguien pensó que la energía nuclear podría mover los automóviles del futuro y con ese objetivo trabajó un selecto grupo de ingenieros y expertos de Ford.
En la década de los cincuenta los estrategas de las grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, estaban obsesionados con las muchas posibilidades que ofrecía energía nuclear, tanto en ámbitos militares como civiles.
El automóvil atómico
Desde un punto de vista civil para los fabricantes de automóviles el objetivo con la energía atómica era encontrar una solución energética que sirviera de alternativa al petróleo, y en este escenario pionero se enmarca el desarrollo del Proyecto Ford Nucleon.

Es un error analizar el pasado desde una óptica actual, porque si a día de hoy conducir un automóvil con un reactor nuclear a nuestras espaldas nos puede parecer una auténtica aberración, en la década de los cincuenta la posibilidad de moverse propulsado por la energía liberada de un proceso de fisión de uranio no parecía una solución tan descabellada.
El Ford Nucleon se presentó de forma oficial en 1957 y sus diseñadores afirmaban que podía recorrer 8.000 kilómetros -pocos nos parecen- antes de que el reactor que incorporaba tuviera que ser sustituido. De qué hacer con los residuos atómicos generados nadie dijo nada en el momento de la presentación.
El Proyecto Nucleon
Pero el Proyecto Nucleon abarcaba mucho más que el desarrollo de un vehículo propulsado por energía nuclear.

Los análisis de Ford apuntaban a que en el futuro los vehículos no utilizarían combustibles derivados del petróleo y que en ese momento la energía nuclear estaría lo suficientemente desarrollada como para poder utilizarse en la movilidad de una forma rentable, eficiente y segura.
Hasta se había pensado qué hacer con las gasolineras una vez que estas quedaran obsoletas. Estaba muy claro. Las estaciones de servicio se transformarían en centros de cambio completo de reactores nucleares. Así de fácil.
El desarrollo del Ford Nucleon estuvo dirigido por George Walker y el diseño fue responsabilidad de Jim Powers. La sistemática de trabajo era dar rienda suelta a la imaginación y no plantearse límites. Y así fue como lo hicieron.
Walker y su equipo partieron de la realidad de que algún día los reactores nucleares serían tan pequeños que podrían ser ubicados en la parte trasera de un automóvil. De esta forma la energía liberada de la fisión de uranio serviría para generar calor y convertir el agua en vapor, que finalmente sería el “combustible” que movería un conjunto de dos turbinas.
Una de ellas se encargaría de proporcionar par motor y la otra impulsaría un generador eléctrico, mientras que el vapor se convertiría en agua en un circuito de enfriamiento para ser enviada de nuevo al generador de vapor para ser reutilizada.

El diseño de la maqueta Nucleon
La seguridad del Nucleon consistía en alejar lo más posible el habitáculo del “maletero atómico”. Como herencia de la industria aeroespacial el vehículo mostraba prominentes aletas en la parte trasera, mientras que parabrisas y luneta eran de gran tamaño.
Lo cierto es que el Proyecto Nucleon no fue más allá del diseño de una primera maqueta a escala 3/8, dado que los reactores nucleares no llegaron a ser nunca tan pequeños como para poder ser montados en un automóvil.
Tampoco los sistemas de blindaje resultaron tan seguros como para andar transportados en un vehículo atómico sin riesgo de que los isótopos radiactivos acabasen liberándose a la atmósfera. El modelo de Nucleon a escala 3/8 puede verse hoy en el Museo Henry Ford de Daerborn (Michigan).

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